Rayos de luz inundan la estancia. Abrimos la ventana para dejar entrar la brisa marina cargada de sal. Inspiramos profundamente y nos perdemos mirando el horizonte que nos perfila el mar. El sonido de las olas romper en la orilla nos relaja, de tal manera, que nos sentamos dejando que nuestras piernas cuelguen al otro lado. Una mancha blanca flota sobre la superficie. Nuestros ojos consiguen enfocar la figura que se balancea encima de las olas. Después de unos minutos, la joven surge del mar escurriéndose su larga cabellera rubia. Alzamos un brazo para llamar su atención y conocer más de ella. Su rostro muestra signos de preocupación y no se da cuenta de nuestra presencia. Algo la perturba. Observamos cómo se acerca al caballo que la espera en la orilla, se enfunda unos pantalones gastados y un vestido floreado. Los acordes de un timple le hacen girar rápidamente la cabeza, y por primera vez, percibimos cómo sus facciones se suavizan para mostrar una gran sonrisa. Vemos como monta en el caballo y sale disparada hacia el lugar de donde procede la melodía de una folía…
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